viernes, 22 de septiembre de 2023



Sometimiento. Notas sobre un tratamiento posible para los abusadores sexuales


El delito contra la integridad sexual, en todas sus formas, es una acción que deja sobre las personas que lo sufren secuelas extremadamente dolorosas. Es necesario entonces, que quienes trabajamos en las cárceles nos preguntemos sobre el tratamiento posible para los sujetos que cometen estos delitos.
Realizaremos en esta presentación un primer recorrido y análisis sobre la evolución de la categoría de abusador sexual, a lo largo de la historia, de las prácticas discursivas que le fueron dando forma y de las modalidades que se han puesto en práctica para su tratamiento. Luego, en un segundo momento abordaremos específicamente una posible dirección en el trabajo analítico con estos sujetos, sin desconocer la particularidad y las limitaciones de cada caso.
Las medidas que se toman al respecto como la castración química, el constante seguimiento vía satélite de vigilancia, o el registro de violadores , no tiene en cuenta que el acceso carnal de la víctima es solo una de las formas que puede tomar el impulso al sometimiento del otro. Este trabajo es un intento de abordar el problema en su raíz.
Es necesario aclarar que la alta tasa de reincidencia que se supone para este tipo de delitos no tiene el correlato necesario en conceptualizaciones teóricas, que al menos pongan a prueba el axioma que rotula a los abusadores sexuales como incurables o de reincidencia segura.
Muchos de estos pacientes, sin duda, reincidirán, por diversas razones: porque no pueden incluirse en un tratamiento, porque no quieren o porque las variables estructurales no permiten una modificación. Pero aún en esos casos, aportan a la investigación algo valioso: sus límites.

Realizaremos en esta presentación un primer recorrido y análisis sobre la evolución de la categoría de abusador sexual, a lo largo de la historia en diversos países, de las prácticas discursivas que le fueron dando forma y de las modalidades de su tratamiento.
Incluimos a los comúnmente llamados violadores en la categoría de abusadores sexuales, entendiéndose por ellos, a aquel que somete al otro de diversas maneras.
Luego, en un segundo momento abordaremos específicamente una posible dirección en el trabajo analítico con estos sujetos, sin desconocer la particularidad y las limitaciones de cada caso.
La violación cómo fenómeno es una forma de representación social. Está extremadamente ritualizada, varía en sus modos y en su definición formal entre los países, cambia con el paso del tiempo. No hay nada eterno ni aleatorio en ella.
La violación tiene sus raíces profundas en unas políticas económicas y culturales concretas.
Podríamos situar como punto de partida para abordar el análisis de la evolución del concepto, aquel momento histórico en el que el cuerpo se construye como sexuado mediante una gran cantidad de discursos, entre ellos: legales, penales, médicos y psicológicos.
La designación de violador es moderna y se usó por primera vez en una fecha tan tardía como 1883. En el transcurso del siglo XIX, el violador se convirtió en un personaje, con un pasado, un historial clínico y con una infancia. Además de considerarse con un tipo de vida y una morfología determinada. A partir de entonces no sólo se juzga el delito cometido sino que entra en juego la motivación en el mismo. De allí que sea necesario no solo la investigación criminal clásica sino la indagación de las coordenadas estructurales que llevaron al hecho.
En el siglo XVIII, la medicalización de la sexualidad lleva a la violencia sexual al grado de una perversión. La literatura médica y psiquiátrica empezó a propagar por primera vez, a finales del siglo XIX, la idea de que las personas que se dedicaban a prácticas sexualmente abusivas no estaban simplemente expresando sus gustos, sino que eran una categoría diferenciada de seres humanos.
Si la construcción del “violador” es reciente también lo es la idea de consentimiento. En la Edad Media, la representación social de la mujer era la de una propiedad. Una mujer sola, ya sea por viudez, soltería, muerte de su padre, etc. podía ser accedida libremente por cualquier hombre sin que ello constituyera un delito. La idea liberal del consentimiento es una construcción reciente. Las esclavas se consideraban como propiedad absoluta de otra persona y eran incapaces de actuar como agentes individuales. Los conceptos de consentimiento o resistencia estaban fuera de lugar. De hecho, la tensión entre la idea de esclavo como propiedad y la del esclavo como persona alcanza su cota máxima en los casos de violencia sexual. Cuando se procesaba a hombres por violar a esclavas, la persona que interponía la acción judicial no era la victima sino su dueño.
Los debates acerca de a quién se le permite tener relaciones sexuales consensuadas giran fundamentalmente en torno a cuándo se convierte una persona en un sujeto pleno según la ley.
Esclavos, minorías raciales, niños, miembros de una misma familia y homosexuales son, por dar algunos ejemplos, figuras que fueron dotados de la posibilidad de consentimiento o resistencia según la época.
El consentimiento que es la base de la legislación sobre violación resulta ser un concepto extremadamente maleable.

En el siglo XIX, el abuso no estaba relacionado con los estados interiores femeninos que expresaban deseo o rechazo sexual. La coacción y la falta de consentimiento, para definir el abuso sexual, pertenecen entonces, a una perspectiva relativamente reciente y ligada a modos particulares de producción.

Actualmente, incluso, parte de la investigación de una mujer violada es el pasado sexual de la victima. Tal es así que, la madre de una victima de violación la semana pasada decía a los medios “mi hija se viste estrafalaria pero no es provocativa. No se como pudo pasar esto”.
La medicalización y judicialización de las agresiones sexuales dio paso a que la criminología se preguntara: ¿tienen en común los agresores sexuales ciertas características físicas o psicológicas?
¿Qué fuerza biológica o ambiental han forjado al delincuente sexual? Prácticamente ningún teórico cree que la biología exista mas allá de lo social, casi todos coinciden en que hay una interacción entre ambos.
A partir de éstas preguntas se fue delineando una “ciencia de la degeneración”. La criminalidad del siglo XIX relacionaba la morfología corporal con el criminal violento. Havellock Ellis en EEUU fue un exponente de ello. Tributarios de las teorías de la “degeneración congénita”, asociaban y catalogaban morfología corporal y expresiones con los delitos que las personas cometían.
Estos “vástagos de una lujuria desmesurada”, como se señalaba en los informes, habían nacido en familias con casos de neurosis y a menudo los estigmas de la degeneración podían verse en sus columnas vertebrales irregulares, sus cabezas asimétricas y sus orejas con lóbulos adheridos. Generalmente se consideraba la degeneración como una afección hereditaria, por tanto congénita e incurable.
Los comentadores que caracterizaban a los violadores como degenerados o como reliquias de un pasado arcaico se inspiraban en las ideas sobre la evolución darwinista.
Otra teoría, adhería también al primitivismo y a los instintos pero señalaba que estos podían ser controlados por frenos ambientales poderosos.
Esto llevo a una teoría impregnada de prejuicios sociológicos en los cuales, generalmente, el abusador sexual es un individuo de clase social baja. Como señala un investigador: “el abuso sexual es el delito de los pobres, los trabajadores, los incultos y los anormales.”
En esta vertiente, el delincuente sexual de clase media podía reformarse y el perteneciente a la clase trabajadora, era incurable.
Los teóricos de la degeneración y los psicólogos evolutivos daban prioridad a la biología, pero existía un discurso paralelo que daba prioridad al entorno.
Según esta caracterización alternativa, los delitos sexuales deben atribuirse no a los cuerpos degenerados, ni a los procesos evolutivos sino a la perniciosa influencia de las sociedades corruptas. En otras palabras, la violencia en la zona de los centros urbanos habitados por familias de escasos ingresos generaba más violencia.
La importancia que se otorgaba a la amenaza de la violencia sexual que surgía de las casas pobres a principios del siglo XX, se hacía eco de los miedos mas generales que existían en torno a desordenes que podía provocar la clase trabajadora a la sociedad.
No obstante en su concepción solo era necesario poner cota a la libertad de los padres de casas humildes. Muy poco se decía acerca del incesto y los abusos sexuales que tenían lugar dentro de su propia clase social.
De esta manera, la pobreza generaba una subcultura violenta que combinada con las políticas, animaba a los hombres a desarrollar su agresividad contra las otras clases sociales, especialmente con las mujeres.
Paralelamente a los teóricos en torno a la personalidad del abusador sexual se pusieron en práctica numerosas terapias para acabar con el flagelo. La esterilización y la castración quirúrgica, primeros dos métodos a poner en práctica, atacaban la base de la actuación sexual masculina, con la ventaja añadida que tenia el hecho de fundir un imaginario terapéutico de progreso, con un imperativo punitivo mas satisfactorio.
Muy pronto se generalizó este tipo de procedimiento y muy pronto también fue mostrando sus fallas. Luego de eso, nuevas formas de disciplinar al delincuente sexual pasaron a primer plano sustituyendo al bisturí por procedimientos de modificación de la conducta que mostraban la misma radicalidad.

En la actualidad, algunas de las propuestas frente a la polémica instalada sobre el quehacer con los violadores, tienen que ver con: las pulseras magnéticas, la castración química, el registro de datos o penas más severas. Interroguemos cada uno de ellos.
Con respecto a la castración química hemos visto anteriormente, que su antecedente es la castración quirúrgica. Aunque la extirpación quirúrgica de los genitales de los delincuentes sexuales disminuyó desde la década de 1940, la castración en lugar de desaparecer, se refinó. Los equivalentes químicos proporcionaron el camino a seguir. Según sus defensores, el sexo solo era otro “impulso biológico” susceptible de tratamiento farmacológico. Estas alternativas no tardaron en mostrar sus fallas, ya que aquellas personas a las que se sometía a estos tratamientos debían ser seguidas de por vida para serle administrados los fármacos. Pero además, los estudios que las sustentaban eran sumamente contradictorios, en cuanto al químico responsable del excesivo impulso sexual, con lo cual la administración era efectiva en muy pocos casos.
Las pulseras magnéticas son otro recurso pensado para controlar vía satélite a los agresores sexuales que accedan a permisos de salidas, antes de cumplir la totalidad de la condena, la idea es prepararles gradualmente para la vida en libertad. Los dispositivos más sofisticados están dotados de un GPS, acompañados de un emisor poco mayor a un teléfono celular. Este mecanismo sitúa en todo momento al usuario sobre un mapa, que es supervisado 24 horas al día a través de un monitor. Quien está a cargo de la vigilancia, a su vez puede comunicarse mediante mensajes cortos en caso de que haya cualquier incidente. Este sistema permite establecer “zonas de exclusión” a las que los violadores no podrán acercarse sin que suene la alarma, tales como colegios, residencias de victimas de agresiones sexuales u otro lugar que establezcan los responsables del programa. A la persona monitoreada se le puede obligar a fichar a ciertas horas en su domicilio.
Sobre este dispositivo se advierte un carácter disuasorio. El objetivo es que el violador sepa que si hay una agresión sexual, el SP sabrá de inmediato si el sujeto se encontraba en las inmediaciones. Cabe destacar que la implementación de este dispositivo es muy costosa y trabaja sobre las consecuencias y no sobre las causas.
En lo que respecta a la confección de registros de datos personales o genéticos de los agresores sexuales, los mismos están destinados a que la comunidad en la que se reinserta el sujeto tenga conocimiento sobre esta situación. Mientras que la creación de un banco genético apunta a la futura indagación de este tipo de delitos cometidos o a cometerse.
Los datos que se registran corresponden principalmente a la identificación civil y física del sujeto -incluyendo, en algunos casos, fotografías e información genética- como así también la determinación de su lugar de residencia.
En cuanto a la consulta del registro, los proyectos varían entre los que proponen un sistema amplio, que puede ser consultado por cualquiera y los que condicionan la posibilidad de consulta, en principio, a una autorización judicial a fin de conocer si determinado individuo se halla o no incluido en la registración.
Los fundamentos de ambas iniciativas reconocen su escaso valor preventivo de futuros delitos. Pero, argumentan que, en una etapa posterior a su puesta en práctica, la existencia del registro podría ejercer una suerte de efecto disuasivo respecto de quienes, una vez cumplida la condena por delitos contra la integridad sexual y recuperada la libertad, sean conscientes de que su impronta genética ha quedado registrada y cuentan con pocas probabilidades de reincidir sin ser descubiertos.
En lo que respecta a los proyectos que apuntan a tratamientos especiales para condenados por delitos contra la integridad sexual, se propone establecer modificaciones al régimen penitenciario mientras estén cumpliendo la condena y aún después de ella. Que van desde el agravamiento de la pena, la eliminación de la posibilidad de obtención de libertad condicional, o reclusión por tiempo indeterminado, sin posibilidad de indulto, conmutación de pena, reducción de condena, ni acceso a ninguno de los beneficios liberatorios que otorguen las normas sobre ejecución de las penas privativas de la libertad, según los diferentes casos.
Hasta aquí, todos los proyectos revelan claramente la intención -con distinto alcance- de establecer el cumplimiento total y efectivo de las penas privativas de libertad respecto de los condenados por los delitos contra la integridad sexual, con el agravante que, en los casos en que se prevén penas de prisión o reclusión perpetua, no existe posibilidad para el autor de recuperar la libertad bajo ninguna circunstancia.

Después de haber realizado este recorrido por las distintas repuestas posibles frente a la problemática que representan los violadores, podemos considerar que estos “tratamientos” no tiene en cuenta al agresor sexual como sujeto, ya que los mismos apuntan a la intervención directa del Estado sobre la persona del delincuente mediante la castración química o la severidad en la pena, pero sin modificación alguna en la posición de ese sujeto. Por otro lado, están las propuestas de intervenciones en el entorno social al que será reintegrado el agresor una vez cumplida la condena, mediante la creación de registros o dispositivos como las pulseras magnéticas, que delegan a la comunidad la tarea de prevenirse de posibles ataques sexuales.
Consideramos con todo esto, que pensar un tratamiento posible para los sujetos que cometen delitos contra la integridad sexual es imperioso. Asimismo, igual de imperioso es correrse del axioma del “incurable” sosteniendo la apuesta por algún posible tratamiento.
De lo expuesto anteriormente, surge que todos los intentos de curación o de evitación de la reincidencia, han apuntado más hacia la categoría generalizada del delincuente abusador sexual que a un sujeto.
El delito es una construcción histórica que responde a coordenadas sociales y económicas específicas, el sujeto lo toma como uno de los tantos ofrecimientos sociales y ocupa un lugar particular en la estructura. Por ello creemos que cualquier tratamiento que se desarrolle entre los muros de una cárcel debe apuntar en líneas generales a la responsabilidad, pero eso no debe hacer olvidar lo singular del sujeto.
El psicoanálisis es una disciplina de lo particular, no obstante eso, creemos que es ineludible una teorización orientadora.
Es necesario deconstruir aquellos imaginarios sociales que equiparan al delito contra la integridad sexual con la perversión. Para el psicoanálisis existen tres estructuras psíquicas: neurosis, psicosis y perversión. Tres formas de ubicarse como sujetos en el lenguaje y en relación a la castración. Tres formas de estructuración psíquica que dependen de los avatares biográficos del sujeto, pero también de la manera en que él mismo responde a ellos.
Creemos que el delito de abuso sexual es transestructural- tanto un psicótico, como un neurótico o un perverso pueden cometerlo- cada uno con sus particularidades.
A continuación haremos una distinción entre los conceptos de compulsión e impulsión ligados a la serialidad o el abuso sexual como un único hecho.
La impulsión es aquella acción en la cual el sujeto busca evitar la angustia mediante un acto de descarga. En la compulsión, tal vez ese mismo acto y en esas mismas coordenadas se vuelve repetitivo en un intento de búsqueda de una solución a un problema que la estructura plantea. Por ejemplo: un neurótico podría en algún momento de su vida sentirse extremadamente angustiado por que ha perdido su trabajo, porque su mujer lo abandona y cometer una violación como un único hecho que responde a su necesidad y completamente por fuera de su voluntad. En el caso de la compulsión un sujeto ante un hecho traumático de su vida, encuentra en la serialidad de los abusos sexuales una forma de montaje de una escena que le da la posibilidad de un intento de elaboración. Este intento por la vía del acto se verifica cada vez como fallido, lo cual lo reenvía a un nuevo comienzo.
Es importante para la dirección de la cura tener en cuenta la paradoja que plantea tener ante nosotros un sujeto coaccionado, obligado, por una fuerza que impele en él mucho mas allá de su querer, que a la vez toma y coacciona sobre el otro. Este mucho más allá de su querer nos plantea la cuestión de la responsabilidad. Para el psicoanálisis el sujeto es siempre responsable, aun de no haber interpuesto allí un límite entre él y eso que lo toma.
No debe confundirse culpabilidad y responsabilidad. Para Lacan, el sujeto es siempre responsable de sus actos; de esto no se desprende su culpabilidad en el sentido jurídico del término.
Un tratamiento que se desarrolla dentro de los muros de una cárcel no debe desconocer la institución en la que se incluye. Si bien se apunta al sujeto en sus particularidades, ese sujeto es también sujeto del discurso jurídico, ha cometido un delito y se le ha impuesto una condena o una medida de seguridad.
Desde la perspectiva psicoanalítica, y a diferencia del ámbito penal (en tanto que los términos responsabilidad y culpa no se superponen necesariamente) surgen las preguntas de cómo reconoce el analista la responsabilidad de un sujeto, si acaso esta supone una confesión o el reconocimiento yoico de lo acontecido. El asentimiento subjetivo de haber realizado un crimen no está supuesto necesariamente en la afirmación “yo reconozco”. La responsabilidad del sujeto, que involucra la toma de posición frente al delito cometido no coincide con la supuesta responsabilidad yoica determinada como resultado de un juicio criminal o por una simple confesión del yo.
Un sujeto puede sentirse responsable de un crimen que no cometió, mientras que otro, culpable ante la ley, podría no subjetivar la responsabilidad de su acto.
Esta disyunción introduce la necesidad de reflexionar acerca de la intervención del analista en campos ajenos a lo específicamente psicoanalíticos, para determinar cuál es su función y evitar así que se diluya en un discurso común.
Culpa, responsabilidad y castigo, son categorías utilizadas tanto por el discurso jurídico como por el discurso psicoanalítico.
El examen de un delito nos conduce inevitablemente al entrecruzamiento entre dos dimensiones, la referida a la estructura y la que remite a la contingencia del acontecimiento imprevisto que desencadena el acto criminal. Las acciones no son independientes de la estructura. Dentro de la determinada configuración estructural se aloja la “maquinaria original del sujeto” y allí es donde se incluye la irrupción del acto delictivo.
En nuestra experiencia, no es la referencia a la ley el camino para que estos pacientes comiencen a hablar y a estar en el dispositivo, sino la sintomatización vía la palabra de aquello que los toma y a lo cual no es posible dar una respuesta subjetiva en el momento del hecho.
En este punto, hay que aclarar que, en el trabajo con estos pacientes es necesario un trabajo previo al análisis en el cual se pone en forma la relación del sujeto con la palabra, que si bien es lo que siempre hacemos, toma un matiz particular.
En un primer momento, debe hacerse un trabajo de historización, de ordenamiento de hechos, que tomarán luego el estatuto de escenas cuando, hablar de su posición le permitan situarse en ellos.
En general encontramos una serie desordenada de recuerdos sin temporalidad ni causalidad que debe ordenarse.
En un segundo momento, ubicamos en esas escenas lo que se repite, lo que hay de común y es allí donde aparece el elemento compulsivo. Tal vez sin relación con el hecho delictivo, en otros avatares biográficos de la vida del sujeto, como puede ser la adicción a las drogas, la violencia, los robos.
En principio, el término compulsión, está ligado al apremio, a una obligación. Implica siempre una coacción, una fuerza que impele sobre alguien incluso más allá de su querer. Lo cual ya nos plantearía qué relación tiene con el deseo.
La idea es ubicar, en los avatares biográficos de la vida del paciente, las coordenadas significantes y pulsionales que organizaron la compulsión, con la apuesta de que en determinados puntos, la compulsión puede cesar.
Se trata de desarmar la compulsión y derivar la pulsión hacia otros fines que posibiliten para el sujeto el lazo social y que no se constituya en un sujeto peligroso para sí y para terceros.
Es necesario consignar que es indispensable que el paciente se disponga al tratamiento, que pueda poner en juego las palabras y las escenas que organizaron la compulsión al sometimiento del otro.
La disposición al tratamiento puede no dirigirse específicamente al hecho delictivo.
Puede suceder que el análisis del mismo no sea puesto en juego particularmente en su transcurso.
Es posible que el paciente, vía otros temas que no funcionan en su vida, llegue a esto o solo lo haga por alusión.
La cuestión fundamental es tener en el horizonte que no es necesario que el paciente hable precisamente de la escena sino que esta puede estar todo el tiempo presente en la manera de gozar y en la posición subjetiva que el paciente relate en hechos anodinos o en aparente falta de conexión con los abusos.
La hipótesis que guía el trabajo con estos pacientes es que la compulsión es una de las maneras de una pulsión que no tiene un pasaje por el otro y, que vía el diagnóstico estructural y la particularidad del caso debe, si el paciente asiente subjetivamente, encontrar otros cauces.
Una consideración aparte merece el tratamiento del pasaje al acto psicótico y la debilidad mental en los abusos sexuales. Como una primera aproximación al tema, diremos que el pasaje al acto psicótico en relación a los abusos sexuales, es parte del delirio y debe ser tratado en sus términos. 
Se trata de pensar en la particularidad de cada caso, qué lugar ocupa el sujeto en relación al acto de abusar sexualmente de otra persona.
Lo “sexual” como homologado a la genitalidad debe cuestionarse. Sí, se trata de lo pulsional en juego pero lo genital, la penetración, es solo un instrumento. La compulsión y el sometimiento del otro, son los factores comunes.
Por eso consideramos, como expresamos en el desarrollo anterior, que cualquier tratamiento que apunte estrictamente a lo genital o a frenar lo genital en juego está destinado al fracaso, ya que la compulsión y el sometimiento encontrarán otros cauces, otras maneras.

 

 


Compensación imaginaria del Edipo Ausente. Una lectura de "A sangre fría" de T. Capote


“Yo que sentí el horror de los espejos

no sólo ante el cristal impenetrable

               donde acaba y empieza, inhabitable,

un imposible espacio de reflejos”

Jorge Luis Borges.

En “El Hacedor”

 

Introducción

Me propongo, en el siguiente trabajo, hacer una articulación entre el concepto de psicosis ordinaria y el personaje de la novela de Truman Capote “A sangre fría”, Perry Smith.

A mi entender, el personaje es descripto por el autor (desde la fascinación que se sabe le provocaba) como un hombre errático, impulsivo, abandonado por sus padres, desamparado. Perry produce en Capote una gran curiosidad y lo describe con fino detalle, citándolo.

Esa descripción del personaje podría servir para ilustrar el pasaje al acto en una psicosis ordinaria, aparentemente inmotivado pero si se analiza en detalle, con una serie de hechos que, encadenados, llevaron a él.

Mi hipótesis es que este personaje, encuentra a lo largo de la biografía que Capote realiza, una serie de compensaciones imaginarias que le permiten estabilizarse. Junto con eso, hay toda una serie de detalles forclusivos, pequeñas sutilezas que a mi entender aparecen en la novela como “rarezas” propias de este personaje y que podrían estar en el marco de estos detalles.

Finalmente creo, que la ya fallida y frágil sutura identificatoria fracasa en el momento del hecho. La virilidad de Dick es puesta en cuestión en la escena en la casa de los Clutter y Perry pasa al acto.

  

La novela

 

La novela “A sangre fría” fue escrita por Truman Capote entre los años 1.960 y 1.966. Se trata de una ficcionalización de un hecho real.

El autor toma conocimiento de los hechos a través de un artículo periodístico y se embarca en una exhaustiva investigación, que incluye entrevistas a los habitantes del pueblo, semblanzas del mismo, análisis de las declaraciones judiciales, pericias etc.

La novela da lugar a un nuevo género literario y dio lugar a una nueva manera de escribir en la literatura norteamericana: lo que se traduce como  “nonficcion novel”  o novela testimonio.

Capote utiliza en el libro una estructura narrativa original que le permite moverse libremente sobre la historia que va a contar. El lector sabe desde el principio que ha habido un cuádruple crimen: la familia Clutter ha sido asesinada: el matrimonio y dos hijos adolescentes. El horror ha ocurrido en el pueblo de Holcomb, suburbio de Garden City.

La familia Clutter representa los ideales norteamericanos de la época. Se trata de una muerte brutal y sin motivo aparente.

La comunidad de Holcomb, un pueblo tradicional del Estado de Kansas, hasta ese momento un lugar tranquilo, de puertas abiertas, se describe conmovida.

Paralelamente, de un modo contínuo en el relato, Capote describe el raid anterior y posterior de los autores de la masacre: Perry Smith y Dick Hickock. Ambos hombres convivieron en la cárcel y luego se encuentran para cometer el robo en la casa de los Clutter, en base a un dato erróneo que un compañero de celda le transmite a Dick.

El relato, en forma de mosaico, de flash backs facilita el dinamismo de la acción y atrapa al lector.

La noticia impacta a la opinión pública, revela que la tradicional vida de la clase media norteamericana guarda en su seno un núcleo de odio, resentimiento y rencor.

… “La impresión que nos hubiese causado el crimen no hubiera sido tan tremenda si no se hubiese tratado justamente de los Clutter. De alguien menos admirado que ellos, próspero y seguro. Pero es que esa familia representaba todo cuanto la gente valora y respeta. Y es que una cosa así les haya podido suceder precisamente a ellos…, bueno, es como si nos dijeran que no existe Dios. Hace que la vida parezca sin sentido”. (Capote, 1965, p.120)

Mientras se desarrollan las investigaciones, la novela va desplegando el perfil psicológico de los personajes de la trama: las víctimas, los asesinos y los habitantes del pueblo.

Los diálogos entre Perry Smith y Dick Hickock permiten trazar un hilo biográfico en forma de rompecabezas que muestra las tensiones en aumento que llegan a su punto máximo en la escena del crimen.

El orden aleatorio de la revelación de los hechos, hace que esta escena se narre en un punto avanzado de la historia, mediante la declaración de los acusados a la policía. Se revela entonces, que el horror ha sido resultado de un “accidente psicológico”, reflexión que el autor atribuye a Al Dewey, policía de pueblo que comanda la investigación.

“Tristeza y profunda fatiga en el centro del silencio de Dewey. Había sido su ambición saber qué había pasado en la casa aquélla noche”… “El crimen era un accidente psicológico, un acto virtualmente impersonal; las víctimas podían haber sido muertas por un rayo” (Capote, 1965, p. 321)

El personaje del policía representa la figura del pueblo. Encarna lo incomprensible para un neurótico del hecho de que el horror pueda devenir de un acto aparentemente inmotivado desde la perspectiva del fantasma. El personaje de Dewey intenta durante toda la novela armar un rompecabezas psicótico con piezas neuróticas: se pregunta por ejemplo cómo dos individuos pueden llegar al mismo grado de violencia en el mismo momento o cómo pueden coexistir en la misma escena la compasión y la solidaridad de poner a la víctima sobre la caja de un colchón para que esté cómoda y la furia de cortarle luego la garganta.

Capote describe en forma brillante, los contrastes de la sociedad norteamericana y también su hipocresía. Al final de la novela, Smith y Hickock son ejecutados, luego de cinco años de vaivenes judiciales.

 

Las Psicosis Ordinarias

 

El concepto de psicosis ordinarias, o más exactamente, el programa de investigación propuesto por Jacques Alain Miller, está en relación con aquéllos casos que interrogan y hacen obstáculo desde la perspectiva de una clínica discontinuista: ausencia o presencia del significante fálico.

En estas presentaciones se descarta la neurosis pero es necesario pensar en la singularidad del caso más en desenganches y reenganches que en desencadenamientos o en síntomas psicóticos ruidosos y específicos como el delirio, las alucinaciones  o el intento de una estabilización vía una metáfora delirante.

La nueva perspectiva diagnóstica pensada como un contínuo, responde a la necesidad de un nuevo ángulo que permita al psicoanálisis establecer marcos para pensar la clínica contemporánea, a la luz de los fenómenos que se presentan en los que Miller y Laurent han denominado la época  del Otro que no existe. Época que ha llevado al ascenso al cénit social del objeto a, a la proliferación de los comités de ética y a la dehiscencia de las figuras de autoridad y de encarnación de los ideales.

Las psicosis ordinarias y las extraordinarias comparten el agujero forclusivo respecto del Nombre del Padre. Ambas se diferencian en el tratamiento del mismo.

Ya en su Seminario 3, Lacan trata de pensar a través del caso Schreber, qué desencadena a este sujeto, cuál es su enganche con el mundo, cuál su desenganche y a través de qué recursos vuelve a engancharse. También se interesa por la coyuntura previa al desencadenamiento, lo que llama las pre psicosis que incluye el momento de la psicosis compensada imaginariamente y el de la perplejidad, lo que llama punto pánico.

Dice allí Lacan: “Nada se asemeja tanto a una sintomatología neurótica como una sintomatología pre psicótica” (Lacan, 1981, p273). Para ejemplificarlo toma un caso de Katan en el cual un adolescente toma identificaciones imaginarias de un grupo de compañeros que le permite sostenerse… “mediante una identificación, un “enganche” siguiendo los pasos de sus camaradas” (Lacan… p 273). De esta manera articula una respuesta, un ordenamiento frente al goce que lo interroga respecto de la virilidad: cómo ser un hombre.

Este modo de compensación imaginaria se relaciona con las personalidades “como si”, destacadas por H. Deutch, que Lacan define como compensación imaginaria del Edipo ausente. Esta identificación imaginaria reduce la función paterna a una imagen “que no se inscribe en ninguna dialéctica triangular, pero cuya función de modelo, de alienación especular, le da a todo sujeto un punto de enganche y le permite aprehenderse en el plano imaginario (Lacan, 1981p. 291). Estos puntos de compensación, de sutura en espejo permite a los “psicóticos vivir compensados, tienen aparentemente comportamientos ordinarios considerados como normalmente viriles y, de golpe, Dios sabe por qué, se descompensan” (Lacan, 1981 p. 292)

Lo que Lacan llama enganche y punto de enganche, son arreglos con un punto forclusivo antes del desencadenamiento, en el caso que nos ocupa, el acceso a la virilidad.

Es lo que Jacques Alain Miller denomina en su texto “Efecto retorno sobre las psicosis ordinaria” como un CMB (compensatory make beliebe), un sustituto del Nombre del Padre, un como si en el que se cree.

En la vida de estos sujetos compensados imaginariamente, hay signos discretos de forclusión, puntos de enganche y desenganche, errancias que dan cuenta de un ordenamiento no standard, signos ínfimos de forclusión, precarias identificaciones que permiten al sujeto hacer frente al goce.

Se trata entonces de sujetos que se identifican en el eje a-a´, que hacen exactamente lo que hace su compañero imaginario, mientras eso se sostiene, mientras no haya un paso en falso para que el espejo se quiebre. Si ocurre algo que desestabiliza esta frágil solución, la catástrofe subjetiva adviene, la defensa contra lo Real, fracasa.

El “caso” Perry Smith. ¿Una psicosis ordinaria?

 

“La vida de Perry Smith no había sido ningún  lecho de rosas

Sino algo patético, una horrible y solitaria carrera de

un espejismo a otro.”

Truman Capote, “A Sangre fría”

 

La hipótesis que orienta este trabajo es que el personaje de Perry Smith (siempre teniendo en cuenta que se trata de una ficción y lo que leemos es el producto de que lo que el autor escuchó, lo escribe con su fantasma) es alguien que se adscribe dentro del diagnóstico de Psicosis Ordinaria. Esta hipótesis es la que trataré de probar tomando los datos biográficos que T. Capote aporta, el in crescendo de la tensión entre Dick Hickock y Perry Smith durante su viaje al lugar del hecho y el punto cúlmine en la escena del crimen. En esa escena, la compensación imaginaria que Perry hace con la imagen y los atributos que proyecta en Dick cae con la división subjetiva que el personaje le descubre y es allí cuando se desencadena la tragedia.

Mi hipótesis incluye asimismo que Dick Hickock fue para Perry, así como los personajes de Willie Jay y Joe James, compensaciones imaginarias, imágenes viriles (unas más pacificantes que otras), suplencias que le permitieron una estabilización y su posterior fracaso, a mi entender en el pasaje al acto.

Los antecedentes de la catástrofe de la noche del crimen, los da Capote cuando nos describe la errancia del personaje, durante cuatro meses, si rumbo, luego de su salida de la cárcel. No tenemos referencias al respecto en este caso particular pero la cárcel, el encierro, en ocasiones funciona como un elemento estabilizador.

Perry deambula, describe Capote, con la obsesión de reencontrarse con Willie Jay, un hombre que conoció en el encierro y que funcionaba para él como una referencia. Este hombre lo orientaba, le daba indicaciones, lo captaba a través de la religión. El autor describe esos meses en la vida de Perry como solitarios y desoladores.

Da la impresión que Willie Jay, era una figura mucho más pacificante en la vida de Perry ya que lo calmaba, lo orientaba en sus relaciones y le advertía sobre la necesidad de controlar su furia. Perry siente por él una “intensa admiración”.

En ese deambular, un día Perry “supo” que debía encontrar a Willie Jay. Da la impresión que en ese “saber”, hay una certeza, un intento de enganche. Cuando no lo encuentra, recibe una carta de Dick, que es una figura catastrófica para Perry, en el sentido de que a éste le interesa ese rasgo de furia de Perry “como una auténtica máquina de matar”, para lograr los fines que tenía planeados.

El personaje de Perry es descripto por Capote como un niño abandonado, desenganchado del Otro, salvo excepciones donde establece lazos no estándar.

De padre que suponemos psicótico, errante también y de madre alcohólica, es abandonado a la edad de siete años al cuidado de unas monjas que lo hacen objeto de su furia y lo torturan. De su infancia sabemos que tenía un síntoma de enuresis, accesos de furia y pesadillas. Hay también una fantasía de rescate que tiene elementos muy reales de devoración y que por momentos, en el relato, no queda claro si es una fantasía o una alucinación, ya que a veces se transformaba, según sus descripciones “en un lugar verdadero”.

En su adolescencia se repiten las escenas de desamparo, los intentos de relacionarse con su padre que le propone proyectos errantes, delirantes y desproporcionados que lo enloquecen.

Luego de esos intentos, Perry va a la guerra de Corea donde tuvo numerosas dificultades de violencia. Destaco de estas descripciones, un viaje en barco que describe como “lleno de maricas” que lo acosaban hasta el punto de pensar en suicidarse. Refiere luego, haber tenido otros problemas con “maricas” que querían perjudicarlo. Esto, a mi entender podrían ser descompensaciones de Perry en el marco de la guerra, delirios de persecución en relación con los otros próximos.

Cuando finaliza su servicio en la guerra, Perry tiene un accidente. Se recupera en la casa de Joe James. Describe su estancia allí como pacificadora.

Luego va al encuentro de su padre. Encuentro que termina en una escena de extrema violencia en la que estuvo a punto de estrangularlo y dice “mis manos eran mis manos pero no era yo quién las controlaba” “quería despedazarlo”.

A partir de allí, Perry comete un robo que lo lleva a la cárcel. Allí conoce a Perry y a Willie Jay, ambas figuras de compensación imaginaria para Perry.

Perry describe a Dick como “Dick el práctico”, como aquél que se casó dos veces y tuvo hijos, lo que representaba para él, “todo lo que un hombre debe hacer”. Si bien no entendía de música ni de poesía, lo que Dick tenía de prosaico, su positivista modo de enfocar las cosas lo atraía. Dick comparado con él, le parecía “auténticamente duro, invulnerable y totalmente masculino”.

También es de destacar que Capote capta lo que llama una “primitiva confianza en Dick” por parte de Perry, algo que parece ser inclasificable e incomprensible para el autor. En este marco, Capote describe todo el viaje hacia la casa de los Clutter, la preparación, con los matices que esta “primitiva confianza” tenía, de admiración y tensión agresiva entre ambos personajes.

Dick le hace creer a Perry que le interesan sus búsquedas de tesoros, sus viajes, sus proyectos para que lo siga en sus planes. Perry advierte en algunos momentos las grietas de este interés y se desorienta.

Cuando llegan a la casa de los Clutter, Dick es el que se desorienta cuando ve frustrados sus planes de encontrar una caja fuerte. La división subjetiva es clara, está confundido y Perry lo advierte.

Hay dos elementos que me parece importantes de destacar como desencadenantes también: el dólar de  Bonnie Clutter que Perry va a buscar “de rodillas” debajo de la cama y que se vio ir a buscar “como desde afuera”, situación que describe como humillante, y las intenciones de Dick de violar a la chica, ya que él se describe como alguien que no soporta la gente “que no sabe controlar sus impulsos sexuales”.

Ambas situaciones y la división de Dick, ponen a Perry en una situación límite: quiere forzar a Dick a admitir que es un cobarde y un farsante. Le da el cuchillo para que mate al señor Clutter y cuando no lo hace, se da vuelta y le corta el cuello a éste. Situación que no advierte hasta que oye el sonido de la garganta cortada.

Dick quiere irse pero él no se lo permite y le dispara a toda la familia. La descripción que Perry hace de lo que ocurre impresiona como un fenómeno elemental en su conjunto, atravesado por ruidos y explosión.

“Yo no quería hacerle daño a aquél hombre. A mí me parecía un seños muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así hasta el momento en que le corté el cuello” (Capote, 1965, p. 319)

“Recuerden que Dick y yo habíamos tenido diferencias. Se me revolvía el estómago al pensar que había sentido admiración por él, que me había tragado todas sus fanfarronadas. Le dije: Bueno, Dick ¿no sientes escrúpulos? No me contestó. Le dije: déjalos vivos y no será poco lo que nos echen. Tenía el cuchillo en la mano. Se lo pedí y me lo entregó. Le dije: muy bien, Dick. Vamos allá. Pero yo quería. Yo sólo quería obligarlo a disuadirme, forzarlo a admitir que era un cobarde y un farsante. ¿Sabe? Era algo entre Dick y yo. Me arrodillé junto al señor Clutter y con el daño que me hizo me acordé de aquél maldito dólar. Del dólar de plata. Vergüenza y asco” (Capote, 1965, p 319)

“No me di cuenta de lo que había hecho hasta que oí aquél sonido. Como de alguien que se ahoga. Que grita bajo el agua. Le di la navaja a Dick y le dije: “acaba con él, te sentirás mejor”. Dick probó o sintió que lo hacía. Pero el hombre aquél tenía la fuerza de diez hombres, se había soltado y tenía las manos libres. A Dick le entró pánico. Quería largarse de allí. Pero yo no lo dejé. El hombre iba a morir de todos modos, ya lo sé pero no podía dejarlo así. Le dije a Dick que cogiera la linterna y lo enfocara. Cogí la escopeta y le apunté. La habitación explotó. Se puso azul. Se incendió” (Capote, 1965, p 320)

Se concluye de estos fragmentos, que Perry no soporta la división de Dick y eso le produce un acceso de furia que, en lugar de descargarse en él, se descarga en el señor Clutter y luego en toda su familia.

 

Conclusión

 

El pasaje al acto de Perry Smith, es, a mi entender, una ruptura de la compensación imaginaria del Edipo ausente que los rasgos de “virilidad” de Dick estructuraban en él. La ruptura del espejo le provoca un retorno que es, a mi entender toda la escena que él describe y que arma a posteriori en el relato que hace.

Cabe también pensar en la “inmotivación” de los crímenes psicóticos desde el punto de vista neurótico. Teniendo en cuenta que tal motivación tiene que ver con hechos “comprensibles” dentro de la lógica compartida, este tipo de hechos irrumpen en las sociedades como aquello que esta fuera de la significación.

Según la Real Academia Española, el término motivo deriva del latín motivus que es relativo a movimiento y que designa a alguna cosa que tiene eficacia o virtud para mover.

¿Qué es lo que mueve entonces al acto? ¿qué es lo que mueve al pasaje al acto? Desde la perspectiva de la ciencia y los cálculos de rentabilidad, lo que mueve a un sujeto es la maximización del bien, sobre un modelo de acción que es la gestión empresarial, donde se pueden “evaluar” las opciones.

Para Lacan, el pasaje al acto es el paradigma del acto, allí, no hay sujeto, es un suicidio del sujeto, en el cual puede volver a emerger pero nunca será el mismo, de allí su carácter  mutativo. El pasaje al acto pone en cuestión al sujeto del pensamiento y el postulado de la búsqueda del soberano bien que en los tiempos actuales está identificado con lo útil, es en relación a este punto de mira de la utilidad que se mide la adecuación o la inadecuación de un acto y que un sujeto, se perjudique a sí mismo. La pulsión de muerte contradice estos postulados de rentabilidad y ponen sobre el tapete la necesidad de establecer otra discusión en relación con el crimen psicótico.

Por ello, me parece necesario pensar el pasaje al acto psicótico, en relación con sus propios “motivos” y desencadenantes que, como en el “caso” Perry Smith nos remiten a una cuestión de estructura.

                                                                                                         

Bibliografía

 

Borges, Jorge Luis. (1960) El hacedor. Buenos Aires, Emecé Editores, 1989

Capote, Truman. (1969) A sangre fría”, Bruguera, Barcelona, 1979

Lacan, Jacques. (1981) El Seminario Libro 3, Las psicosis, 1ª edición, 23ª reimpresión, Buenos Aires, Paidós, 2015

Miller, Jacques Alain. (1997) Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 1999.

Miller, Jacques Alain. (1999) La psicosis ordinaria: la convención de Antibes. 1ª edición 3ª reimpresión: Buenos Aires, Paidós, 2006

Miller, Jacques Alain. (2005) El Otro que no existe y sus comités de ética. Con colaboración de Eric Laurent. Buenos Aires, Paidós, 2005

Miller, Jacques Alain. “Efecto retorno sobre las psicosis ordinarias”. Revista digital Consecuencias nª 15 http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/015/template.php?file=arts/Alcances/Efecto-retorno-sobre-la-psicosis-ordinaria.html

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


“Yo sé que bardié”, algunas consideraciones sobre el concepto de Asentimiento subjetivo de J. Lacan

 

…”De ningún modo se debe abordar frontalmente la culpabilidad,

 Salvo transformándola en diversas formas metabólicas”

 

Lacan, Jacques. Seminario IV, Las relaciones de objeto, p 281

 

Hace unos meses, tuvo repercusión en la prensa la decisión de una jueza de trasladar a un interno (condenado a prisión por matar a su novia de 113 puñaladas) de un régimen cerrado a un régimen semiabierto. Ante la reacción de los familiares de la víctima sobre esta medida, la jueza y un conocido psiquiatra respondieron que la conducta del interno (y podríamos decir su posición) no había cambiado porque no había recibido en la cárcel un tratamiento psicológico y ordenó que lo recibiera.

Este no es, a mi entender, un detalle menor ya que para esta jueza, el encierro constituye en este caso una condición necesaria pero no suficiente. Quizás por primera vez, en doscientos años del sistema penal, la cárcel no basta.

A partir de este caso, cabría preguntarse cuál es el lugar de un psicoanalista en la cárcel, qué hacemos los que allí atendemos y cual es la relación que establecemos con la institución en la que trabajamos.

Lacan instaba a los psicoanalistas a estar a la altura de responder por su función ante el campo social, a saber qué es lo que hace al malestar en la cultura de su época y a insertarse en las instituciones a fin de introducir, a través de su práctica, las posibilidades de aparición para el sujeto. No es otra la orientación para hacer una distinción entre psicoanálisis puro y psicoanálisis aplicado, que la de situar las implicaciones que conlleva el desplazamiento del dispositivo analítico hacia espacios no tradicionales; pues sin duda, hablar de las funciones del psicoanálisis en criminología para introducir una acción concreta, supone “el desafío de repensar la doctrina en función de un nuevo objeto”, tal como lo indica Lacan en 1950, estableciendo los límites y las condiciones de posibilidad en un campo donde la sociedad muestra sus fracturas, a saber la institución carcelaria.

Para el discurso jurídico hay una continuidad entre responsabilidad, culpa y castigo. Un sujeto es culpable por un acto que está tipificado como delito, y para dicho discurso, la  pena es previa al delito y proporcional al mismo. En este ámbito, además, el delito es tomado como daño a la víctima o como infracción a la ley.

En el discurso jurídico entonces, la sanción recae sobre una conducta y no sobre un sujeto. En el trabajo sobre las consecuencias de la sanción penal sobre la subjetividad, discurso jurídico y psicoanalítico se intersectan, ya que no pueden dejar de interrogarse sobre los efectos que la objetivación de la ley tiene sobre el sujeto.

De este sujeto en particular en el aquí y ahora de la consulta es aquel del que se ocupa el psicoanálisis, como el que asume o no su responsabilidad subjetiva.

¿A qué apuntaría entonces, un tratamiento psicoanalítico que se desarrolla en el interior de los muros de un penal con personas que han cometido un delito?

En primer lugar, la clínica en la cárcel apuntaría al sujeto, con las características particulares del psicoanálisis en una institución, es la misma clínica que hacemos en el consultorio. Pero, allí esta la institución, el delito, la trasgresión a la ley, la segregación social, la droga, la violencia.

Entonces creo necesario pensar el concepto de Asentimiento subjetivo en relación con la habilitación de un lugar para ese sujeto en los hechos que lo llevaron detenido.

El concepto de asentimiento subjetivo se encuentra en el artículo de Lacan antes citado. Desde el punto de vista filosófico, el asentimiento es un acto en el cual el sujeto da lugar a una verdad sin vacilación alguna, al respecto, nos dice Lacan: “Ni el crimen ni el criminal son objetos que se puedan concebir fuera de su referencia sociológica”. Porque: “no hay sociedad que no contenga una ley positiva, así sea esta tradicional o escrita, de costumbre o de derecho. Tampoco hay una en la que no aparezcan dentro del grupo todos los grados de trasgresión que definen al crimen. Toda sociedad, en fin, manifiesta la relación entre el crimen y la ley, a través de castigos, cuya realización, sea cual fueren sus modos, exige un asentimiento subjetivo”.

Se trata pues de reconocer el lugar que ocupa el acto delictivo en la subjetividad, ya que es de suma importancia que quien incurre en una falta no solo sea sancionado por ella sino que pueda dar un significado a esa sanción, significación que le permita dimensionar su implicación en aquello de lo que es acusado.

La hipótesis que guía esta afirmación es que la ausencia de reconocimiento y significación de la sanción penal lleva a redoblar la tendencia al acto criminal y delictivo.

Lacan establece un mismo estatuto para la responsabilidad y el castigo. ¿Podríamos entonces pensar que bastaría con la pena? NO lo creo, el escaso número de juicios orales, las condiciones de detención y la sobrecarga de la justicia configuran para las personas detenidas un Otro consistente, gozador y sordo. 

No es por este Otro por el que puede hacerse el pasaje para llegar a la responsabilidad. ¿Y entonces?

Los pacientes llegan al consultorio alienados al discurso del Otro judicial y Penitenciario. Dicen lo que creen que el interlocutor quiere escuchar: “yo me equivoqué”, “ya aprendí”, “hice las cosas mal”. Significantes que no los representan y que expresan para darle al analista lo que ellos imaginan que ésta quiere escuchar.

Piden venir y vienen, algunos de ellos lo hacen para  “hacer la plancha”, “a flotar”, a conseguir un informe favorable. Les digo que yo no hago informes, que desde el punto de vista legal, el espacio no perjudica, pero tampoco ayuda y les aseguro el secreto profesional. Por lo demás, no tomo notas, enuncio la regla fundamental y escucho…

Es necesario, en primera instancia habilitar en ellos la queja, y esto no es fácil. La necesaria barradura del Otro no es sin angustia porque, se sabe, remite a la propia. En segunda instancia, acotar el goce y alojar. Reemplazar en un primer momento el ¿qué hiciste? (pregunta que sería pertinente si el acto delictivo fuera un acto en el sentido estricto del término) por el ¿Por qué estás acá? es un paso imprescindible para darles la palabra y que puedan encontrarse en los hechos.

Apuntar a que el paciente pueda hacerse una historia es la dirección. Que la novela que es su vida y que preexiste al tratamiento, encuentre su autor, es el objetivo.

 Hacer de cada anécdota inconexa una historia en la mayoría de los casos pacifica, tranquiliza, da continuidad a algo que no lo tenía y es allí donde se habilita la posibilidad de hablar sobre lo que los trajo detenidos.

Es necesario también saber desde el comienzo, que en la clínica de las impulsiones, es el analista el que trabaja a la par o más que ese sujeto, quien en un principio esta muy lejos de ser un analizante. Trabajará hasta que un significante se recorte entre sus dichos y el engranaje simbólico comience a andar.

Hay un primer efecto de este trabajo: la vergüenza, señal de que hay allí un pasaje por el Otro.

Es allí donde podemos esperar, a mi entender, lo que Lacan llamaba el Asentimiento subjetivo. Ese relato, repetido mil veces en la concatenación sociológica toxicomanía- delito- prisión, encuentra su particularidad en el consultorio. Cada uno de ellos es diferente, en cada uno, el delito tiene un lugar particular en la estructura. No hay dos iguales. Si se escucha en detalle, no hay dos parecidos.

El discurso jurídico y Penitenciario los iguala, lo homogeneiza. Les da un número y una nueva “denominación”: apellidos paterno y materno. Es necesario volver al nombre, a los lazos, a ser saludados con un beso para recuperar la singularidad perdida, a la historia. A que “la esquina con los pibes” a los 13 años, el comienzo de las drogas, tenía su particularidad: llegó allí por algo distinto de todos los que lo acompañaban.

Entonces, volvamos a la pregunta: ¿qué será lo que Lacan llama el Asentimiento subjetivo?:desde la perspectiva freudiana, la responsabilidad supone la asunción de parte del sujeto no solo del deseo que lo habita sino también de los actos que, sabiéndolo o no, se derivan de él o produce efectos al causarlos.

El orden del “asentimiento subjetivo” entonces, supone la posibilidad de encontrar un lugar responsable en el acto criminal.

Esto implica el paso lógico necesario no solo para otorgar significación al castigo o a la pena que le corresponde al sujeto según la ley jurídica, sino también de unir a esa significación los alcances del acto mismo.

Por lo tanto, solo hay sujetos responsables cuando los aparatos normativos y sociales le permiten a cada autor de un acto delictivo anudar la secuencia responsabilidad- culpabilidad- castigo mediante un asentimiento subjetivo.

Es decir que se le dé la posibilidad,  de asumir su lugar de sujeto en los actos que causa y que pueda responder por los mismos.

Creo leer en estas palabras, el pronunciamiento del sujeto en relación al Otro, su posicionamiento. El sujeto se hace dueño de su destino, decide, que no es ni más ni menos que lo que Lacan llamaba la “aptitud para el acto”.

Este fundamental asentimiento evita a mi entender la infinita retaliación individuo- sociedad, sociedad- individuo. Devuelve el utilitarismo de las penas a su lugar y le da al sujeto la posibilidad de poder pronunciarse.

Este pronunciamiento entonces toma la forma de: “yo sé que bardié”, forma de decir con sus propios significantes que trasgredió las normas del conjunto social pero que además,  en la mayoría de los casos, se trasgredió a sí mismo dejándose afuera del orden fálico vía las drogas, el alcoholismo y las impulsiones.

En estos casos, puedo decir que más que nunca, los ideales deben quedar afuera del consultorio y es el paciente, vía el trabajo analítico el que encuentra su propia respuesta al final. El punto fundamental es, en ese sentido, la posibilidad de elección, como dije, la aptitud para el acto. Y, en mi experiencia en las instituciones carcelarias muy pocos eligen delinquir, pero todos deberían poder encontrar, si lo demandan, las condiciones necesarias para hacerse responsables de ello.

Sostengo que “La cura” no puede ser otra cosa que una integración por el sujeto de su verdadera responsabilidad y ello porque el hombre se hace reconocer por sus semejantes por los actos cuya responsabilidad asume. Esa responsabilidad que es el precio a pagar por vivir en sociedad.

 

 

Florencia Borgoglio

Lic. En Psicología

fborgoglio yahoo.com

 

Reseña Bibliográfica

Lacan Jacques, “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”,

1.950. Escritos 1.

 

 

 

 

 



FEMICIDIO

“… por abolir la polaridad cósmica de los

                                                                                                                                        principios macho y hembra, nuestra sociedad conoce todas las incidencias psicológicas propias del fenómeno

moderno llamado de la lucha de los sexos”.

Lacan, J., “La agresividad en Psicoanálisis”

 

 

El concepto de femicidio fue utilizado por primera vez en un contexto jurídico en el año 1976 en el Tribunal Internacional sobre los Crímenes contra la Mujer en Bruselas por la feminista Diana Russel y Jane Caputi para denunciar formas de violencia extrema contra la mujer. La definición que se dio allí fue: “asesinato de mujeres por hombres motivado por odio, desprecio, placer o sentido de propiedad de las mujeres”.

En Argentina, el término comenzó a popularizarse en la primera década del 2000, de la mano de movimientos feministas que enunciaban y denunciaban como un hecho político y social los asesinatos de mujeres causados por hombres. Poco a poco el concepto de femicidio fue extendiéndose y reemplazó al de crimen pasional.

El 14 de noviembre de 2012 se sancionó la ley 26.791 que modificó el artículo 80 del código penal argentino incorporándole la figura de femicidio para “quien matare a una mujer, cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de género”.

Femicidio vinculado y femicidio no íntimo

La noción de femicidio vinculado registra dos tipos de víctimas: las personas que fueron asesinadas por intentar impedir el femicidio y por el otro, aquéllas personas con un vínculo con la mujer, familiar o afectivo, que fueron asesinadas por el femicida con el objeto de castigar o destruir psíquicamente a la mujer.

El femicidio no íntimo, es un caso en el que el autor del crimen es un  hombre y la víctima una mujer o una identidad feminizada, mediando violencia de género pero sin que el victimario o la víctima hayan mantenido una relación de vínculo previo.

La justicia en Argentina cuenta con un protocolo de actuación de las fiscalías para que los integrantes de ese Ministerio Público cuenten con pautas ágiles y objetivas para identificar de manera eficaz y poder implementar medidas rápidas ante situaciones de riesgo a las que pueden estar expuestas las personas por razones de género.

En el año 2022, según el Observatorio “Adriana Marisel Zambrano” que coordina la Asociación Civil “La casa del encuentro” hubo en Argentina un total de 300 femicidios y 7 transfemicidios.

El 52 por ciento de los agresores (160 casos) eran parejas o ex parejas de las víctimas, mientras que el 17 por ciento (40 casos) eran familiares.

En cuanto al rango etario, 162 tenían entre 19 y 50 años mientras que 13 casos eran menores de edad y 44 superaban los 41 años.

Con respecto a los femicidas, el mismo informe revela que 16 de ellos pertenecían a fuerzas de seguridad y 46 de los autores se suicidaron después de cometer el hecho.

 

 La violencia y el género desde la perspectiva del psicoanálisis

Así como otros términos que son de uso común como responsabilidad, conciencia del acto etc, la violencia de género debe encontrar una especificidad para el psicoanálisis.

En principio, podría decirse que la violencia comienza cuando las palabras fallan.

Lacan aborda el tema de la violencia desde sus primeros escritos, entre ellos, el más importante es, sin duda “La agresividad en Psicoanálisis” (Lacan, 1966a), en el cual se trata el concepto de pulsión de muerte desde la perspectiva de la agresividad imaginaria.

En la época clásica de su enseñanza continúa ubicando la violencia en el eje imaginario. En el escrito “Introducción  al comentario de Jean Hippolite a la verneingnung de Freud” dice: “ ¿no sabemos acaso  que en los confines donde la palabra dimite empieza el dominio de la violencia, y que reina ya allí, sin que se la provoque? tenemos entonces que la dimisión de la palabra puede implicar el comienzo de la violencia (Lacan, 1966b)

Luego, en el Seminario 5 dice: “…la violencia es ciertamente lo esencial de la agresión, al menos en el plano humano. No es la palabra, incluso es exactamente lo contrario. Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra. Si la violencia se distingue en su esencia de la palabra, se puede plantear la cuestión de saber en qué medida la violencia propiamente dicha […] puede ser reprimida, pues […] solo se podría reprimir lo que demuestra haber accedido a la estructura de la palabra, es decir, a una articulación significante” (Lacan, 1958)

En este párrafo refuerza la idea de oponer violencia y palabra.

Además, la definición recuerda un principio del psicoanálisis: solo se puede reprimir lo que accedió a la estructura de la palabra. Eso nos permite pensar que la violencia cuando se produce resulta imposible de reprimir ya que burla la articulación significante que podría capturarla.

Finalmente Lacan varía su enfoque en el último tramo de su enseñanza. El tema no aparece tan explícitamente pero aparece en sus derivaciones en los temas como la segregación, el racismo o el estrago, que pueden ser tomados como las distintas declinaciones de la violencia.

En su última enseñanza, Lacan apela al ascenso al cénit social del objeto a y a la caída de los ideales. El objeto a es pensado como los objetos de consumo que se prometen como medio de obtención de goce, esto ya no será regulado por los significantes ideales sino por ese objeto que en el mercado capitalista se convierte en un motivo de consumo por el cual se promete la obtención de ese goce.

En este marco podemos ubicar las declinaciones de la violencia a las que se refiere Lacan y abordaremos fenómenos actuales ligados a la violencia que continúan escapando a las articulaciones significantes, pero ahora quedan vinculados a lo Real.

Cabría consignar aquí, el concepto de síntoma social, en “La tercera”, Lacan lo define así: “… Sólo hay un síntoma social: cada individuo es realmente un proletario, es decir, no tiene ningún discurso con qué hacer lazo social, dicho con otro término, semblante” (Lacan, 1974)

Es decir que cuando se produce un síntoma social, el individuo no cuenta con el recurso de poder decirle algo al otro, de dirigir su mensaje al otro por no contar con ningún discurso que le permita crear un vínculo con él, que le permita hacer un lazo social.

A partir de estas consideraciones podemos pensar que si la violencia se produce por fuera de la articulación significante, como una manifestación asocial que incomoda e impide el establecimiento del lazo social, y si como habíamos dicho el síntoma social es cuando se evidencia que el individuo no tiene ningún discurso con qué hacer lazo social, entonces la violencia es un síntoma social.

El “género”, por otra parte merece una consideración especial. Es importante aclarar que para el psicoanálisis, la posición sexuada hombre y mujer no está dada por la anatomía. Sino que son posiciones que están referidas a la castración, al falo y a la particular manera de gozar.

La forma fetichista para el lado hombre y la forma erotómana en la mujer, son las formas en que cada ser sexuado, hombre o mujer se posiciona frente al otro sexo. La forma masculina se ajusta a la fórmula del fantasma, en tanto el sujeto dividido se dirige al objeto a, objeto de goce preciso, ubicable y unívoco.

Por el contrario, la fórmula de La tachada, donde se ubica la imposibilidad de escribir lo femenino y se dirige al significante del Otro en tanto tachado S(A/) se dirige no al objeto sino al Otro.

Se trata de la afinidad de la mujer con este Otro, esa alteridad que ella misma es para con ella, Este Otro que a la altura del Seminario 20 es el cuerpo mismo. La parte mujer también se desdobla en dirección hacia el falo, este desdoblamiento es leído como el No-Todo.

El partenaire síntoma y el estrago

Me parece interesante a los fines de este trabajo puntualizar cuestiones sobre la disparidad de los goces, ya que en el femicidio se trata de establecer las coordenadas en las cuales un hombre mata a una mujer.

Por un lado, tenemos la vertiente de la mujer como síntoma de un hombre: el síntoma es un aparato que articula deseo y goce, la mujer síntoma tendría para un hombre ese valor de ser aquélla que puede realizar esa articulación entre su goce y su deseo, es decir que ocupa el lugar de la causa de deseo de un hombre.

La relación de pareja supone que el Otro se torna el síntoma del parlêtre, es decir que se convierte en un medio de goce, en un modo de gozar del inconciente y del saber inconciente, en un modo de gozar del cuerpo del Otro.

Lacan dice que una mujer es un síntoma para un hombre y que un hombre puede ser para una mujer una aflicción, incluso un estrago.

Así como el síntoma entraña un sufrimiento localizado, limitado, el síntoma para la mujer por estructura se presta a la infinitización, está marcado por la estructura del No- Todo y en ocasiones puede llevarla al estrago; éste tiene que ver con la demanda de amor infinita que puede encarnar una mujer. En ese sentido un hombre puede ser una desvastación para ella.

Al no existir correspondencia entre los sexos, se revela que no hay armonía entre los modos de gozar de los seres colocados a uno y a otro lado de las fórmulas de la sexuación. Por esta razón, la pareja se hace sintomática.

El malentendido del goce

El primer malentendido al que el sujeto se enfrenta es al que lo enfrenta al deseo del Otro, un malentendido que hace aparecer una fractura en la significación y que tiene un efecto traumático.

El segundo malentendido, es el malentendido del goce entre los sexos, ya no se trata ahora de que no haya simetría entre los sexos, es que en el campo del goce no hay tampoco reciprocidad posible entre ellos.

La alteridad del goce del Otro es con frecuencia experimentado como intolerable para el propio sujeto. Es precisamente uno de los desencadenantes de la violencia dirigida al otro, especialmente a la violencia contra las mujeres.

Frente al malentendido entre los sexos, frente al problema del irreductible goce del Otro como traumático hay dos vías, dos mecanismos: la construcción de un fantasma y la otra es la del pasaje al acto violento que pone en acto ese fantasma, atravesando el marco de su pantalla.

Como decía al principio de este trabajo, el lugar del objeto a como gadget, como aquéllos objetos de consumo que ascendieron al cénit social y que a la vez provocaron  la caída de los ideales y la disolución de los semblantes quizás sean las coordenadas que expliquen que la pantalla del fantasma parece cada vez más tenue, cada vez parece cumplir menos su función de defensa contra el goce del Otro, cada vez el sujeto se ve llevado de manera más imperativa al pasaje al acto.

Considerado en la posición masculina, el pasaje al acto violento sobre una mujer se suele revelar como una forma de buscar y golpear en el Otro, lo que el sujeto no puede simbolizar, lo que no puede articular con palabras sobre sí mismo.

Puede entenderse así la relativa frecuencia con la que el pasaje al acto ejercido por el hombre termina en el suicidio o en quedarse al lado de la víctima para ser detenido. No se trata tanto del autocastigo como de la consecuencia última de un acto que toma al otro como lugar mediador en el que golpearse a sí mismo.

 

 

Algunas cuestiones relacionadas al femicidio

Por la limitación que impone la extensión de este trabajo no profundicé sobre algunos temas que me resultaron muy interesantes en el transcurso de la investigación y que me gustaría dejar planteados.

En principio, en relación a lo femenino, es necesario destacar la posición y el empuje a la infinitud que la demanda de amor puede tomar a una mujer y que unida a la impotencia que provoca a los hombres los nuevos posicionamientos femeninos, puede dar lugar a la violencia.

Otro aspecto que me interesó, es el planteo de la violencia como suplencia transclínica a la relación sexual que no hay. Un estudio de los nuevos “odioenamoramientos” a la luz de los cambios sociales.

El lugar del superyó en la mujer y las consecuencias estragantes de poner el amor de un hombre en el lugar de aquél que podría ponerla en una posición de culpabilidad.

En el caso de los hombres, la posición en la que queda el sexuado masculino cuando la mujer no responde como objeto de su fantasma y lo interpela desde un lugar enigmático .

La feminización del mundo y sus consecuencias.

Bibliografía

Bassols, M. (2017). Lo femenino entre centro y ausencia.

Biaggio, Mónica (2012). Del estrago al síntoma, una apuesta clínica. Grama Ediciones

Lacan, J. (1958). El Seminario, Libro 5: Las formaciones del inconciente. Paidós, 1998

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Tendlarz, S.  (2002). Las mujeres y sus goces. Colección Diva

 

 

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